También apuesto por él…

En este caso me refiero a Yuri Mamleev, un escritor ruso muy especial, por lo que voy viendo. Y por cierto, me ha recordado, muy gratamente, a Gustav Meyrink.

Para el que quiera echarle un vistazo, aquí dejo el único relato en español que he podido encontrar en la red (estaría muy agradecido si alguien me envía algún otro más). Se titula: «La Rata» y a más de uno se le dibujará una sonrisa cuando, durante la lectura, descubra quién es «La Rata».

También dejaré este otro enlace en el que se comenta un poco sobre su «Realismo Metafísico».

A los que puedan: ¡Disfrutenlo!

Guerreros Eternos

He recuperado el siguiente relato del baúl de los «archivos antiguos». Lo leí, corregí un par de cosillas y pensé que no estaría mal subirlo a la Torre…

Lo cierto es que, si volviera a reescribirlo, esta vez me inspiraría en la comúnmente denominada «espada ropera«, en vez de la katana japonesa. Aún así, creo que la esencia del mensaje es la misma…

En fin, ojalá puedan disfrutar de él como Yo lo he hecho.


Relatos
GUERREROS ETERNOS

Últimamente he estado recordando cuando éramos Guerreros de Verdad, cuando la Espada no sólo estaba en las Alturas sino que además era un trabajado metal en nuestras manos. Ahora que remuevo todos mis cimientos estas memorias ancestrales llegan a mí de forma abrumadora, aunque sublime y gloriosamente.

Sé, porque recuerdo, cómo era aquello de manejar la Espada de Metal como una parte de ti mismo y sé, porque recuerdo, lo mortales que eran para mí y los míos los demonios que conformaban nuestra propia humanidad.

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Tener cinco centímetros más de tripa era algo mortal en aquel tiempo para mí y los míos. Nuestras Hojas, en lo común, y sin contar con las grandes Espadas de campo abierto y de caballería, eran de unos 70 centímetros. Tener cinco centímetros más de tripa suponía hacer que la hoja de tu adversario fuera de 75 centímetros de forma gratuita para unos cuantos tipos de golpes que eran, claro está: golpes mortales. El tema de las distancias era un asunto vital. Sabíamos que en el cuello con tan sólo medio centímetro de proyección del golpe más allá del límite de la piel suponía un golpe mortal, pero alcanzar el cuello, en la mayoría de los casos, era hazaña de gran maestría. En la tripa esto variaba entre 3 y 6 centímetros. También sabíamos de nervios y tendones muy superficiales en los que el hecho de alcanzarlos nos servía la victoria en bandeja. La comodidad física, por lo tanto, era un Demonio: algo que sobra para un Guerrero. Por ello éramos Austeros en la alimentación y firmes en nuestras Disciplinas físicas. El Verdadero Guerrero somete al Demonio que es su propio cuerpo.

También sabíamos de la velocidad de la mente, algo que ahora, por lo visto, han cuantificado en “velocidad de la bioeléctrica neuronal” de 9 metros por segundo. Muchos de nosotros podíamos mover nuestras Hojas a bastante más de 110 kilómetros por hora, algo más de 30 metros por segundo, en muchos de los golpes más mortales. Como comprenderán, y aunque esto del pensamiento no esté correcto cuantificarlo de esta manera tan limitada, había momentos en los que pensar qué hacer era lo último que uno hacía. Perder unos cuantos microsegundos en lo mental podía, perfectamente, suponer cuanto menos una derrota, derrota que significaba muerte en la mayoría de los casos. No era cuestión entonces de pensar las cosas sino de Saberlas. La mente debía estar en Silencio Absoluto, era todo un estorbo, la Voluntad Bélica era Espontánea: el cuerpo ya había aprendido la técnica, los movimientos eran reflejos. Hacerlo de otro modo era regalar Tiempo, como antes Espacio, al adversario. La mente, entonces, era un Demonio: algo que sobra para un Guerrero. Por ello éramos Templados en los pensamientos y firmes en nuestros Silencios. El Verdadero Guerrero somete al Demonio que es su propia mente.

Así mismo sabíamos de la emotividad y de los sentimientos que trepan hasta nuestra identidad en los momentos de Fuego en la Sangre. Sabíamos que no se puede matar a la Esencia del Ser. Sabíamos que matar hombres era sólo quitar una máscara de algo infinitamente más trascendente que la propia máscara. Ser compasivo era regalar Energía al adversario, era degradarse a sí mismo, era, aunque momentáneamente, dejar de Ser un Guerrero, pues la Obra del Guerrero es la Batalla y no el Amor y mucho menos la Compasión o el Perdón. La Batalla era ya el Acto, la materialización, de un Veredicto anteriormente Expresado; el Perdón no tenía lugar en el momento de la Lucha; estos lugares estaban Ocupados por la Victoria o la Muerte. Pero no una muerte triste o apagada como la de alguien que se agarra a la Vida como si fuese lo único de valor que tiene. Nuestros Valores no eran materiales, perder la Vida no era algo tan trágico; únicamente se perdía la posibilidad de estar Combatiendo en los Reinos Materiales. La Gloria nos esperaba cuando el Cuerpo caía muerto. Por esto es que sólo podíamos Ganar, en esta Vida o en la Otra. De esta manera, la emoción y la compasión eran Demonios: algo que sobraba para un Guerrero. Por ello éramos fríos en los sentimientos y firmes en nuestros Ideales. El Verdadero Guerrero somete al Demonio que es su propia emoción.

Yo mismo vi a Guerreros que permanecían en el Mismísimo Origen durante la Batalla. Mis propios ojos vieron como uno solo de estos Guerreros encaraba a una veintena de hombres. Vi las líneas que dibujaba su Hoja como un Rayo Omnipresente que formaba geometrías imposibles pasando entre cuerpos de carne y hueso como si se moviera por el agua de un estanque que iba coloreando de rojo. Veinte hombres eran nada delante de uno solo de estos Guerreros. También los vi avanzar inhumanamente entre las líneas adversarias, fríos, con sus cuerpos impresionantemente mutilados. Como si ya hubieran muerto varios golpes atrás, seguían en pleno conflicto aún con más vida que cinco hombres normales. La carne era sólo un instrumento. Ellos estaban en sus cuerpos, pero no eran sus cuerpos; acabarían de Luchar cuando acabara la Batalla o cuando fuera una imposibilidad material seguir lanzando su Hoja. También sentí como la Presencia de uno solo de estos Guerreros multiplicaba las fuerzas de todo un ejército. Sentía que con su Estancia entre nuestras filas hacían que nuestra atención no se desviara del Ideal. Estos Héroes hacían de Ancla en lo Alto para miles de hombres. Lo Divino tomaba forma en Ellos, se extendía y encendía la Sangre de todos, algo verdaderamente extraordinario y sobrenatural.

Los Guerreros Eternos eran Magos de la Guerra, Artistas Bélicos, no por su crueldad, cosa que no tenían y que era del todo impensable, sino por el Dominio de la Voluntad y el Lugar Alto desde donde la proyectaban. Los Héroes eran Ejemplos a Imitar por su capacidad de permanecer en el Ideal y al mismo tiempo Actuar Efectivamente en lo Material sin caer en la debilidad de la carne, la mente o la emotividad.

Cuando pasó el tiempo y ocurrió que ya no se veía a los Héroes en las Guerras fue que llegó una oscuridad al Espíritu de los Hombres de Armas. Fue como si algo se apagara, como si durmieran. Las Guerras comenzaron a ser guerras movidas por intereses materiales y los guerreros comenzaron a ser mercenarios: asesinos que mataban a cambio del metal dorado, hombres, en su mayoría, terriblemente crueles.

Recuerdo también que vi a un sabio anciano que reía al vernos decaídos. Decía que los Guerreros Eternos se tomaban un descanso, que siguiéramos firmes e impecables, que en un futuro no muy lejano los Verdaderos Guerreros volverían y con ellos las Grandes Batallas. Decía que al ser Eternos podían volver a la Vida cuantas veces quisieran y que el tiempo que no vivían entre los hombres normales obedecía a Altas Estrategias que los mortales no podían comprender. Decía también que quizá nosotros fuéramos los futuros Guerreros Eternos.

Así es que recuerdo esto, aunque, ahora que me fijo, no sé si esta memoria es pasada o futura. Lo cierto es que mi Espíritu se agita tan solo con imaginarme en la Batalla…

¿Te ocurre lo mismo a ti?

ARG
17.04.05

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